Estaba esperando el ascensor en los Juzgados, eran las 3:05 e iba de vuelta a casa en metro.
Un señor de aspecto humilde se acercó con cara de preocupado, me explicó que en el Juzgado no le habían aceptado su escrito porque no tenía encabezado (el señor no sabía a qué se referían con “encabezado”).
Le eché un vistazo a su escrito, era una contestación a una demanda. Al leerla pude coger los datos necesarios para ponerlos en el encabezado y escribirlos en la parte superior. Finalmente, lo acompañé al Juzgado para presentarlo.
Durante el camino, me estuvo hablando de su situación. Me explicó todo lo que pasó desde que lo emplazaron. Vive en un pueblo y le costó ir hasta la Ciudad de México. Entonces, no dudé en ofrecerle mi ayuda, dentro de mis posibilidades; y fue así cuando, confiando en mí, me firmó una autorización para ver el expediente que presentaré junto con la contestación a la demanda.
Una vez presentado todo, me preguntó cuánto me debía. Le dije, obviamente, que todo estaba bien y que no se preocupara de nada, pero insistió en darme algo.
“Aunque sean 20 pesos, abogado” (es aproximadamente un euro). De ahí la fotografía del post.
Esto me hizo reflexionar y, es que, al entrar en la carrera de Derecho pisoteamos nuestros ideales. En primero decimos que queremos ayudar a la gente y hacer justicia pero… ¿qué pasa después?
Nuestra carrera es lo más noble o villano que puede existir. Ayudemos a quien lo necesita, seamos humanos. Esforcémonos por viajar y por tener nuestra vida hecha, sí; pero también esforcémonos por darle algo a la sociedad en general y, tenderle la mano a quien lo necesite.
Demostremos que no todos los que estudiamos Derecho nos torcemos.
Me ha gustado esta historia. Toda la razón…
esos son valores! siempre ayudar, buena historia